Había maldecido y me habían maldecido. Había asesinado y pronto yo sería asesinada.
No deseaba la muerte, pero tampoco la vida.
Había perdido en ese juego de azar llamado vida, y no podía volver a empezar.
Lo había perdido todo...
Aquellos pensamientos ocupaban mi mente y me hacían sufrir hasta tal punto que explotaba con un gemido precedido de un llanto largo y silencioso.
No podía levantarme por la gravedad de mis heridas, pero tampoco tenía deseos de hacerlo, ya que había aceptado mi derrota y castigo.
No esperaba que nadie acudiera a rescatarme de aquel edificio en el que me encontraba en cerrada, pero aún así, conservaba una leve esperanza que me mantenía inquieta y alerta.
La puerta, grande y oxidada, que se encontraba frente a mi a pocos pasos de mi posición chirrió rompiendo el gran silencio perturbador que acompañaba al edificio, y se abrió de golpe.
Un soldado me esperaba al otro lado con los ojos fijos en mí, con una mirada tan penetrante y perturbadora que me planteaba a pensar que podía escarbar cualquier recóndito lugar de mis pensamientos.
Sin ofrecer resistencia me levanté levemente, caminé hasta el borde de la puerta de mi celda junto al soldado.
Caminamos por un largo pasillo; bajamos por las escaleras hasta llegar a la puerta que daba al exterior.
Oí voces y gemidos gritando mi nombre a pleno pulmón.
Dirigí mi mirada hacia una pila de madera y paja que había reunido toda la comitiva para mí.
Una estaca en su centro me hizo llegar a la conclusión de que me quemarían viva, frente a todos, para que pudieran presenciar mi sufrimiento y mi dolor.
El soldado me agarró bruscamente del brazo y tiró de mi, conduciéndome frente a una tribuna donde seguramente darían una gran charla a toda la comitiva, pero no mostraron mayor preocupación a mi presencia ante ellos.
El soldado me llevo hacia la pila y ayudado de otro hombre me ataron manos y piernas a la estaca entre los dos.
Uno de los hombres que se encontraban en la tribuno hizo un leve gesto con la mano para guardar silencio y toda la comitiva se inmutó. Comenzó a hablar en una lengua extraña que resonaba por todo el terreno, como una voz clara y potente, orgullosa y segura de sus palabras. Y cerré los ojos.
En aquel momento, me vino a la mente mi recuerdo más hermoso, el que conservaba como un tesoro en mi corazón y en mi pensamiento.
Era el día en el que le conocí a él.
Era un día despejado de primavera. Me dirigía a caballo al castillo del Norte para una audiencia con el rey.
Me detuve para beber agua de un riachuelo y aprovechar la sombre de un árbol para descansar de mi viaje, cuando le vi.
Un hombre de rostro joven y apuesto. Cabello corto color castaño rojizo.
Se encontraba tumbado en el césped, con la espalda apoyada en un árbol.
Me dirigí hacia él silenciosamente.
Al llegar hasta él abrió los ojos poco a poco.
Me miró de una forma que me hizo sonrojarme. Hizo dar un vuelco a mi corazón y me dirigió una cálida sonrisa.
Desde entonces, todos los días nos encontrábamos en el riachuelo, y un buen día me pidió en matrimonio.
Años después di a luz a una niña de piel rosada y hermosa cabellera dorada.
Pero eso ahora poco importa. Los perdí a ambos en la guerra, hace ya tiempo atrás.
Me desperté por el calor y el ardor de las quemaduras que producían el fuego en mi piel al rozarme.
Y poco a poco fui fundiéndome con el viento y la tierra.
Mi vida fue corta, pero fue hermosa y dichosa.
Fui muy feliz.
No deseaba la muerte, pero tampoco la vida.
Había perdido en ese juego de azar llamado vida, y no podía volver a empezar.
Lo había perdido todo...
Aquellos pensamientos ocupaban mi mente y me hacían sufrir hasta tal punto que explotaba con un gemido precedido de un llanto largo y silencioso.
No podía levantarme por la gravedad de mis heridas, pero tampoco tenía deseos de hacerlo, ya que había aceptado mi derrota y castigo.
No esperaba que nadie acudiera a rescatarme de aquel edificio en el que me encontraba en cerrada, pero aún así, conservaba una leve esperanza que me mantenía inquieta y alerta.
La puerta, grande y oxidada, que se encontraba frente a mi a pocos pasos de mi posición chirrió rompiendo el gran silencio perturbador que acompañaba al edificio, y se abrió de golpe.
Un soldado me esperaba al otro lado con los ojos fijos en mí, con una mirada tan penetrante y perturbadora que me planteaba a pensar que podía escarbar cualquier recóndito lugar de mis pensamientos.
Sin ofrecer resistencia me levanté levemente, caminé hasta el borde de la puerta de mi celda junto al soldado.
Caminamos por un largo pasillo; bajamos por las escaleras hasta llegar a la puerta que daba al exterior.
Oí voces y gemidos gritando mi nombre a pleno pulmón.
Dirigí mi mirada hacia una pila de madera y paja que había reunido toda la comitiva para mí.
Una estaca en su centro me hizo llegar a la conclusión de que me quemarían viva, frente a todos, para que pudieran presenciar mi sufrimiento y mi dolor.
El soldado me agarró bruscamente del brazo y tiró de mi, conduciéndome frente a una tribuna donde seguramente darían una gran charla a toda la comitiva, pero no mostraron mayor preocupación a mi presencia ante ellos.
El soldado me llevo hacia la pila y ayudado de otro hombre me ataron manos y piernas a la estaca entre los dos.
Uno de los hombres que se encontraban en la tribuno hizo un leve gesto con la mano para guardar silencio y toda la comitiva se inmutó. Comenzó a hablar en una lengua extraña que resonaba por todo el terreno, como una voz clara y potente, orgullosa y segura de sus palabras. Y cerré los ojos.
En aquel momento, me vino a la mente mi recuerdo más hermoso, el que conservaba como un tesoro en mi corazón y en mi pensamiento.
Era el día en el que le conocí a él.
Era un día despejado de primavera. Me dirigía a caballo al castillo del Norte para una audiencia con el rey.
Me detuve para beber agua de un riachuelo y aprovechar la sombre de un árbol para descansar de mi viaje, cuando le vi.
Un hombre de rostro joven y apuesto. Cabello corto color castaño rojizo.
Se encontraba tumbado en el césped, con la espalda apoyada en un árbol.
Me dirigí hacia él silenciosamente.
Al llegar hasta él abrió los ojos poco a poco.
Me miró de una forma que me hizo sonrojarme. Hizo dar un vuelco a mi corazón y me dirigió una cálida sonrisa.
Desde entonces, todos los días nos encontrábamos en el riachuelo, y un buen día me pidió en matrimonio.
Años después di a luz a una niña de piel rosada y hermosa cabellera dorada.
Pero eso ahora poco importa. Los perdí a ambos en la guerra, hace ya tiempo atrás.
Me desperté por el calor y el ardor de las quemaduras que producían el fuego en mi piel al rozarme.
Y poco a poco fui fundiéndome con el viento y la tierra.
Mi vida fue corta, pero fue hermosa y dichosa.
Fui muy feliz.