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lunes, 25 de febrero de 2013

RECUERDOS CONTADOS


Cuando era niña, mi vida estaba formada por un montón de sucesos, recuerdos y acciones que no lograba comprender. Muchos sucedieron en el pasado, mucho antes de que existiera.
Poco a poco, a lo largo de mi vida, mi cuerpo y mi mente fueron sufriendo cambios, algunos drásticos y otros leves. A lo largo de este período fui aprendiendo a vivir de una manera distinta, a comportarme de una manera distinta, a hallar soluciones a preguntas que se me planteaban a lo largo del tiempo y a olvidarme de los errores cometidos en el pasado.
Y los recuerdos que conservo son parte de mi vida.
El primer recuerdo que conservo aún en la memoria, es el de una pequeña niñita de ojos color caramelo, y pelo corto color miel. Era mi propia imagen a la edad de 3 años.
Me encontraba en el cuarto que podría haber sido para mi hermano/a, si lo/a hubiera tenido; sin embargo, ese deseo nunca se llegó a realizar.
En aquella época, la habitación me parecía una fortaleza. Había extendida una moqueta, por todo el suelo, de colorines y números organizados por cuadrados. Adoraba esa moqueta. Para mí fue como mi primer profesor.
Yo me había enganchado por la música de Mecano, gracias a mi madre, que todas las mañanas y tardes ponía el disco en el reproductor de aquel coche Ford granate, y juntas cantábamos mi canción favorita “No me mires, no me mires, no me mires. ¡Déjalo ya!...” entonces miraba a mi madre y le decía “¡Haz bailar el coche, haz bailar el coche!” y mi madre en medio de la carretera, movía el volante al son de la música. Entonces era divertido, pero os aseguro que en la actualidad, mi madre aun hace bailar el coche para mí y le digo “Mamá, ¿qué estás haciendo? ¿No ves que podemos estampillarnos?” y mi madre suelta una carcajada pero se detiene. No sé cómo pude permitir semejante locura y no tener miedo a morir en un accidente. Supongo que era porque era muy pequeña y me encantaba divertirme.
Recuerdo que tarareaba aquella canción de Mecano, mientras a ritmo del compás, saltaba de número en número intentando adivinar en que número habían caído mis pies.
Era mi mayor entretenimiento.
El segundo recuerdo más importante que conservo es el de mi adolescencia.
Por aquél entonces tenía trece años y me encontraba en el verano de 2011.
Mi madre, unos 6 meses atrás me dijo “Voy a dejarte volar pollito mío” y yo ese día no estaba para bromas, puesto que tenía que dar un examen de matemáticas sumamente importante, ya que las mates nunca se me habían dado bien. Un poco molesta, pregunté con tono seco y en idioma adolescente “¿Qué hablas? ¿Qué parlas? ¿What you say? Y otra cosa, ¿tengo pinta de pollo? ¿Tan gorda estoy? desde luego, lo que sé es que amarilla precisamente no soy, ¿o es que eres daltónica? será eso. ¡Oh my gosh! Johnny,

 la gente está muy loca” mi madre, harta de no entender ni una palabra de lo que le estaba diciendo me explicó “Que vas viajar por primera vez a Perú sola. Como siempre nos lo estabas pidiendo, hemos decidido tu padre y yo, que ya eres mayorcita para ir sola” yo no podía ni creérmelo, y estuve los siguientes seis meses planificando cosas que hacer cuando llegara, qué ropa llevaría…
Y, el verano de 2011, viajé hasta Perú sola, claro que allí se encontraba la familia de mi madre y no tenía de qué preocuparme.
La verdad es que aquél viaje me cambió por completo. Volví más adulta y más segura de mí misma. Mis padres se sorprendieron por el cambio al igual que mis amigos. Nunca lo olvidaré.
El tercer recuerdo que tengo es el de mi juventud veinteañera.
Tenía veintidós años. Estudiaba en el conservatorio para ser una gran cantante y sentía que el mundo estaba a mis pies.
Yo me consideraba friki y pacifista, aunque también estaba en contra de beber alcohol en exceso y fumar demasiados porros que no sentaran bien a la salud. Me llamaba a mí misma SUPER-SOBRIA “LA SALVADORA DE LOS EBRIOS INCOMPETENTES” y la verdad es que salvé varias vidas que estuvieron a punto de perderse por el Vodka de caramelo y María en cachimba. Por desgracia, mis amigos eran todos así, siempre bebiendo y fumando, pero los quería demasiado y consentía sus tonterías.
Una noche de verano, fuimos a la discoteca más famosa de Madrid: “El Joy Eslava para mayores de 18 años”.
Recuerdo que la primera vez que fuimos a aquella discoteca fue cuando cumplimos la mayoría de edad. Lo celebramos a lo grande y con los nervios de punta por ser adultas recientes.
La hora acordada era sobre las 19:30, aunque siempre pasaba lo mismo y teníamos que esperar a algunos impuntuales.
Yo salía del conservatorio a las 15:00, lo cual me daba tiempo de sobra para prepararme, aunque en aquella ocasión tardé mucho más de lo habitual. Unas amigas me habían comentado días atrás, que el chico del cual estaba enamorada me iba a pedir salir aquella noche, así que elegí la ropa más cara y bonita que tenía en el armario. Un vestido bien pegado que me llegaba por encima de las rodillas color rojo vivo y unos tacones negros que iban a juego con la torera que llevaba. Me maquillé y me eché el perfume especial, para ocasiones especiales, que me había regalado mi madre (y la verdad es que me unté literalmente en el perfume, quería ir perfecta).
Salí corriendo de casa, ya que llegaba 5 minutos tarde. Y cuando llegué a la parada del metro todos me  estaban esperando. Los chicos fumándose un cigarro y las chicas mirándose obsesionadamente en un espejito color crema que traían todas en el bolso (la verdad es que no entendí porque todas tenían el mismo espejo).
Llegamos a la discoteca sobre las 20:30 y no salimos de ahí hasta después de unas cuantas horas.
A las cinco de la mañana salimos todos de un pequeño karaoke, al que habíamos ido después de que todas las chicas propusieran que cantara.
La mayoría iban totalmente borrachos y nos sentamos en la parada del metro de sol, en fila, todos mirando al frente.
Un hombre bastante mayor que nosotros se me acercó y me pidió permiso para hablar en privado conmigo.
Comenzó a hablarme de una vida llena de fama, aunque yo aún no comprendía muy bien porque me hablaba de ello, fui llegando a la conclusión.
Cuando terminó de hablarme me dijo “Te oí cantar en el karaoke que hay ahí enfrente, y la verdad es que tienes mucho talento y me gustaría presentarte a algunos representantes de Von y Music. Claro está, que tendrías que realizar una maqueta y traerla preparada para dentro de 2 meses.”
Yo quedé totalmente atónita, de piedra y sin habla. Y el hombre, que veía que mi nerviosismo iba aumentando por momentos hasta tal punto que podría dar un traspiés, sacó una tarjeta del bolsillo derecho de su camisa y subrayó un número de teléfono con un bolígrafo, y me dijo “Llámame.”
Así fue como mi vida como cantante comenzó.
Se podría decir que tuve suerte de que aquel cazatalentos estuviera en el karaoke. Pero no creo en la suerte, sino en las coincidencias.
El cuarto recuerdo es de cuando tenía unos treinta años, cuando conocí al hombre de mi vida.
Recuerdo muy bien que era un miércoles por la mañana en el estudio de grabación donde trabajaba.
Hacía bastante calor, así que salí para comprarme un refresco en la máquina expendedora que se encontraba fuera del estudio.
Cuando me disponía volver de regreso, un hombre alto y de ojos amables me esperaba en la puerta “No me marcharé sin tener al menos su nombre y una entrevista suya” me dijo. Creía que se trataba de uno de esos reporteros que sentían que eran superiores y los amos del lugar solamente por haber hablado con gente famosa. Odiaba a esa clase de hombres, así que por ese motivo fue que le ignoré, pasé de largo delante de él sin pronunciar una sola palabra.
A la mañana siguiente volví a encontrármelo pero esta vez no me dirigió la palabra. Esto sucedió durante días. El de pie, en la entrada al estudio sin decirme nada.
Después de dos semanas, sentí que me había comportado muy mal con él, así que al día siguiente le dije “Hace bastante calor. ¿No quieres pasar y que te dé un poco de aire acondicionado?”
El no dijo nada, pero me dirigió una sonrisa reconfortante.
“¿Quieres tomar un refresco o algo?” continué preguntando.
“Parece que te he conseguido convencer de que soy de fiar” me dijo “Si, un café no estaría mal”.
Hablamos tanto en aquella entrevista que surgió química entre nosotros, y desde entonces hemos estado juntos.
Puede que para muchos, unos simples recuerdos que conservan en la memoria son simples motas de polvo que desearían quitarse de la cabeza; pero, para mí son el tesoro más valioso que tengo. Gracias a ellos, aunque tenga ya cuarenta y cinco años, puedo demostrar que por mucho que pase el tiempo aún soy una niña.
Nunca te avergüences de lo que eres y ni de tus pensamientos o ideales, porque eso es lo que hace que seas quien eres. Y tus recuerdos solo son una pequeña historia en tu cabeza de cómo lograste convertirte en quien eres ahora.
Levanta cabeza, ponte erguido, llena de aire tus pulmones y deja salir de cuando en cuando a ese niño que hay en ti.

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