Cuando era niña, mi vida estaba formada por un
montón de sucesos, recuerdos y acciones que no lograba comprender. Muchos
sucedieron en el pasado, mucho antes de que existiera.
Poco a poco, a lo largo de mi vida, mi cuerpo y mi
mente fueron sufriendo cambios, algunos drásticos y otros leves. A lo largo de
este período fui aprendiendo a vivir de una manera distinta, a comportarme de
una manera distinta, a hallar soluciones a preguntas que se me planteaban a lo
largo del tiempo y a olvidarme de los errores cometidos en el pasado.
Y los recuerdos que conservo son parte de mi vida.
El primer recuerdo que conservo aún en la memoria,
es el de una pequeña niñita de ojos color caramelo, y pelo corto color miel.
Era mi propia imagen a la edad de 3 años.
Me encontraba en el cuarto que podría haber sido
para mi hermano/a, si lo/a hubiera tenido; sin embargo, ese deseo nunca se
llegó a realizar.
En aquella época, la habitación me parecía una fortaleza.
Había extendida una moqueta, por todo el suelo, de colorines y números
organizados por cuadrados. Adoraba esa moqueta. Para mí fue como mi primer
profesor.
Yo me había enganchado por la música de Mecano,
gracias a mi madre, que todas las mañanas y tardes ponía el disco en el
reproductor de aquel coche Ford granate, y juntas cantábamos mi canción
favorita “No me mires, no me mires, no me mires. ¡Déjalo ya!...” entonces
miraba a mi madre y le decía “¡Haz bailar el coche, haz bailar el coche!” y mi
madre en medio de la carretera, movía el volante al son de la música. Entonces
era divertido, pero os aseguro que en la actualidad, mi madre aun hace bailar
el coche para mí y le digo “Mamá, ¿qué estás haciendo? ¿No ves que podemos
estampillarnos?” y mi madre suelta una carcajada pero se detiene. No sé cómo
pude permitir semejante locura y no tener miedo a morir en un accidente.
Supongo que era porque era muy pequeña y me encantaba divertirme.
Recuerdo que tarareaba aquella canción de Mecano,
mientras a ritmo del compás, saltaba de número en número intentando adivinar en
que número habían caído mis pies.
Era mi mayor entretenimiento.
El segundo recuerdo más importante que conservo es
el de mi adolescencia.
Por aquél entonces tenía trece años y me encontraba
en el verano de 2011.
Mi madre, unos 6 meses atrás me dijo “Voy a dejarte
volar pollito mío” y yo ese día no estaba para bromas, puesto que tenía que dar
un examen de matemáticas sumamente importante, ya que las mates nunca se me
habían dado bien. Un poco molesta, pregunté con tono seco y en idioma
adolescente “¿Qué hablas? ¿Qué parlas? ¿What
you say? Y otra cosa, ¿tengo pinta de pollo? ¿Tan gorda estoy? desde luego,
lo que sé es que amarilla precisamente no soy, ¿o es que eres daltónica? será
eso. ¡Oh my gosh! Johnny,
la gente está
muy loca” mi madre, harta de no entender ni una palabra de lo que le estaba
diciendo me explicó “Que vas viajar por primera vez a Perú sola. Como siempre
nos lo estabas pidiendo, hemos decidido tu padre y yo, que ya eres mayorcita
para ir sola” yo no podía ni creérmelo, y estuve los siguientes seis meses
planificando cosas que hacer cuando llegara, qué ropa llevaría…
Y, el verano de 2011, viajé hasta Perú sola, claro
que allí se encontraba la familia de mi madre y no tenía de qué preocuparme.
La verdad es que aquél viaje me cambió por completo.
Volví más adulta y más segura de mí misma. Mis padres se sorprendieron por el
cambio al igual que mis amigos. Nunca lo olvidaré.
El tercer recuerdo que tengo es el de mi juventud
veinteañera.
Tenía veintidós años. Estudiaba en el conservatorio
para ser una gran cantante y sentía que el mundo estaba a mis pies.
Yo me consideraba friki y pacifista, aunque también
estaba en contra de beber alcohol en exceso y fumar demasiados porros que no
sentaran bien a la salud. Me llamaba a mí misma SUPER-SOBRIA “LA SALVADORA DE
LOS EBRIOS INCOMPETENTES” y la verdad es que salvé varias vidas que estuvieron
a punto de perderse por el Vodka de caramelo y María en cachimba. Por
desgracia, mis amigos eran todos así, siempre bebiendo y fumando, pero los
quería demasiado y consentía sus tonterías.
Una noche de verano, fuimos a la discoteca más
famosa de Madrid: “El Joy Eslava para mayores de 18 años”.
Recuerdo que la primera vez que fuimos a aquella
discoteca fue cuando cumplimos la mayoría de edad. Lo celebramos a lo grande y
con los nervios de punta por ser adultas recientes.
La hora acordada era sobre las 19:30, aunque siempre
pasaba lo mismo y teníamos que esperar a algunos impuntuales.
Yo salía del conservatorio a las 15:00, lo cual me
daba tiempo de sobra para prepararme, aunque en aquella ocasión tardé mucho más
de lo habitual. Unas amigas me habían comentado días atrás, que el chico del
cual estaba enamorada me iba a pedir salir aquella noche, así que elegí la ropa
más cara y bonita que tenía en el armario. Un vestido bien pegado que me
llegaba por encima de las rodillas color rojo vivo y unos tacones negros que
iban a juego con la torera que llevaba. Me maquillé y me eché el perfume
especial, para ocasiones especiales, que me había regalado mi madre (y la
verdad es que me unté literalmente en el perfume, quería ir perfecta).
Salí corriendo de casa, ya que llegaba 5 minutos
tarde. Y cuando llegué a la parada del metro todos me estaban esperando. Los chicos fumándose un
cigarro y las chicas mirándose obsesionadamente en un espejito color crema que
traían todas en el bolso (la verdad es que no entendí porque todas tenían el
mismo espejo).
Llegamos a la discoteca sobre las 20:30 y no salimos
de ahí hasta después de unas cuantas horas.
A las cinco de la mañana salimos todos de un pequeño
karaoke, al que habíamos ido después de que todas las chicas propusieran que
cantara.
La mayoría iban totalmente borrachos y nos sentamos en
la parada del metro de sol, en fila, todos mirando al frente.
Un hombre bastante mayor que nosotros se me acercó y
me pidió permiso para hablar en privado conmigo.
Comenzó a hablarme de una vida llena de fama, aunque
yo aún no comprendía muy bien porque me hablaba de ello, fui llegando a la
conclusión.
Cuando terminó de hablarme me dijo “Te oí cantar en
el karaoke que hay ahí enfrente, y la verdad es que tienes mucho talento y me
gustaría presentarte a algunos representantes de Von y Music. Claro está, que tendrías
que realizar una maqueta y traerla preparada para dentro de 2 meses.”
Yo quedé totalmente atónita, de piedra y sin habla.
Y el hombre, que veía que mi nerviosismo iba aumentando por momentos hasta tal
punto que podría dar un traspiés, sacó una tarjeta del bolsillo derecho de su
camisa y subrayó un número de teléfono con un bolígrafo, y me dijo “Llámame.”
Así fue como mi vida como cantante comenzó.
Se podría decir que tuve suerte de que aquel
cazatalentos estuviera en el karaoke. Pero no creo en la suerte, sino en las
coincidencias.
El cuarto recuerdo es de cuando tenía unos treinta
años, cuando conocí al hombre de mi vida.
Recuerdo muy bien que era un miércoles por la mañana
en el estudio de grabación donde trabajaba.
Hacía bastante calor, así que salí para comprarme un
refresco en la máquina expendedora que se encontraba fuera del estudio.
Cuando me disponía volver de regreso, un hombre alto
y de ojos amables me esperaba en la puerta “No me marcharé sin tener al menos
su nombre y una entrevista suya” me dijo. Creía que se trataba de uno de esos
reporteros que sentían que eran superiores y los amos del lugar solamente por
haber hablado con gente famosa. Odiaba a esa clase de hombres, así que por ese
motivo fue que le ignoré, pasé de largo delante de él sin pronunciar una sola
palabra.
A la mañana siguiente volví a encontrármelo pero
esta vez no me dirigió la palabra. Esto sucedió durante días. El de pie, en la
entrada al estudio sin decirme nada.
Después de dos semanas, sentí que me había
comportado muy mal con él, así que al día siguiente le dije “Hace bastante
calor. ¿No quieres pasar y que te dé un poco de aire acondicionado?”
El no dijo nada, pero me dirigió una sonrisa
reconfortante.
“¿Quieres tomar un refresco o algo?” continué
preguntando.
“Parece que te he conseguido convencer de que soy de
fiar” me dijo “Si, un café no estaría mal”.
Hablamos tanto en aquella entrevista que surgió
química entre nosotros, y desde entonces hemos estado juntos.
Puede que para muchos, unos simples recuerdos que
conservan en la memoria son simples motas de polvo que desearían quitarse de la
cabeza; pero, para mí son el tesoro más valioso que tengo. Gracias a ellos,
aunque tenga ya cuarenta y cinco años, puedo demostrar que por mucho que pase
el tiempo aún soy una niña.
Nunca te avergüences de lo que eres y ni de tus
pensamientos o ideales, porque eso es lo que hace que seas quien eres. Y tus
recuerdos solo son una pequeña historia en tu cabeza de cómo lograste convertirte
en quien eres ahora.
Levanta cabeza, ponte erguido, llena de aire tus
pulmones y deja salir de cuando en cuando a ese niño que hay en ti.